Las personas neurodivergentes no son «raras»

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La inclusión debe ir más allá de la compasión y las buenas intenciones

Un evento político reciente hizo a buena parte del mundo occidental posar los ojos sobre una imagen: la de Gus Waltz de pie, lloroso y con las emociones desbordadas, señalando al escenario donde hablaba Tim Walz, candidato demócrata a la vicepresidencia de los Estados Unidos. «¡Ese es mi papá, ese es mi papá», repetía incontenible el adolescente de 17 años.

Las menos recomendables pasiones afloraron de manera casi simultánea con la transmisión televisiva de la imagen de Gus, y no solo en su país de origen, sino casi en cualquier parte. 

Los videos y fotografías de su rostro descompuesto llenaron las redes sociales y los comentarios mordaces y despiadados impusieron su mayoría. Un adolescente neurodivergente nos enfrentaba a la intolerancia social frente a otras maneras humanas de procesar la realidad.

Gus está diagnosticado con trastorno de aprendizaje no verbal (TANV) descrito, grosso modo, como una condición neurobiológica caracterizada por una marcada disparidad entre habilidades verbales bien desarrolladas y dificultades significativas en áreas como las visoespaciales, motoras y sociales. 

Las dificultades que comporta van de no entender el sarcasmo a dar la apariencia de moverse con torpeza o descoordinación, según el Child Mind Institute, una organización sin fines de lucro norteamericana que se ocupa de la salud mental infantil.

La búsqueda sobre el TANV en la República Dominicana no arroja resultados. Es probable que se daba a la falta de consenso científico sobre la especifidad del diagnóstico, puesto que la condición comparte características con, por ejemplo, el autismo y el trastorno por déficit de atención. Solo a partir de las últimas décadas, el TANV está siendo objeto del interés de los especialistas, por lo que la proyección de su prevalencia es todavía incierta.

Mientras la ciencia se pone de acuerdo, es importante insistir en que la sociedad aborde la discapacidad en cualquiera de sus expresiones desde una perspectiva inclusiva y de derechos. Esto es perentorio en el caso de la escuela. Los diseños curriculares y la creación de entornos adecuados deben evitar que los niños y niñas con alguna condición que afecte su capacidad cognitiva, motora o relacional, sean excluidos del sistema educativo.

La inclusión no compete solo a la ética. Tiene que ver de manera fundamental con políticas públicas eficaces que posibiliten a las personas con discapacidad insertarse en el mundo social, político, educativo, económico y laboral. Algo así como pasar de la palabra a los hechos de manera decidida para destrabar la inclusión en el mundo material y desmontar los tabúes culturales e ideolólgicos que la obstaculizan.

Dejar el tema en manos de la compasión y el buenismo no es promover la inclusión, es reforzar estereotipos, mucho más arraigados en la percepción social de lo que podemos, o queremos, suponer. El caso de Gus Waltz solo mostró la punta del iceberg de un prejuicio que no conoce fronteras.